La inquietud en Londres

Fleet Street, el carrer de Londres on hi havia les redaccions i agències telegràfiques, en una imatge del 1913.

Fleet Street, el carrer de Londres on hi havia les redaccions i agències telegràfiques, en una imatge del 1913.

La guerra desde Inglaterra

21 d’agost de 1914. El Día Gráfico.

La situación de un corresponsal de guerra en Londres es poco envidiable. Estamos en guerra con medio mundo, pero es casi tan difícil poder hablar de la guerra desde Londres, como debe serlo desde Teruel. Y no es que falten noticias. Todo lo contrario, sobran. El corresponsal es un hombre condenado a pasarse el día entero leyendo periódicos. No hay tiempo de terminar la lectura de los grandes rotativos de la mañana cuando a eso de las diez empiezan ya a aparecer las primeras ediciones de los diarios de la noche. A partir de esta hora y hasta las once de la noche se encuentra envuelto uno en un torbellino de ediciones especiales. La menor nota, comunicada  por el “Official Press Bureau” establecido por el Gobierno para comunicar a la Prensa las noticias oficiales, cualquier despacho recibido por una de las grandes agencias Reuter, Central News, Exchange Telegraph, pone en movimiento las prensas de una docena de periódicos: “Evening News”, “Evening Standard”, “The Globe”, “Westminster Gazette”, “Pall Mall Gazette”, “The Star”, etc. Estos dos últimos publican ocho y diez ediciones especiales por día. Y resulta que el corresponsal en busca de noticia, después de leer horas y horas, edición tras edición, una serie interminable de periódicos y de hacer la lanzadera entre el “Official Press Bureau” y Fleet Street, la calle de las redacciones y agencias telegráficas, se da cuenta de que no puede telegrafiar nada de verdadero interés. La mayor parte de las veces porque nada sabe. Y cuando sabe algo no vale la pena de que intente telegrafiarlo, pues es seguro que la censura no ha de cursar el despacho.

“Los despachos de las agencias cuando contienen algo grave son implacablemente mutilados por la censura”

Las notas del “Official Press Bureau” se distinguen por estar completamente desprovistas de interés. Los despachos de las agencias cuando contienen algo grave son implacablemente mutilados por la censura. Por fortuna, parece ser que los belgas  han sido capaces de poner en un aprieto a los alemanes en ciertas escaramuzas. Gracias a esto hemos podido hacernos la ilusión de que nos enterábamos de lo que sucedía en el campo de operaciones. El pequeño ejército belga ha perturbado los planes del Estado Mayor alemán. Al mismo tiempo, ha favorecido el plan de campaña proyectado por el Estado Mayor de la Prensa de Londres en el momento mismo en que estalló la guerra: hacer tragar al público innumerables ediciones. Este plan de campaña se está llevando a cabo con maravillosa exactitud.

En París, en Bruselas, el estado de guerra debe crear un elemento pintoresco, precioso para el corresponsal. Aquí, ni esto. El espíritu belicoso de los ciudadanos, falto de acicate, hasta ahora esperado en vano, de una victoria de importancia naval o militar, empieza a amortiguarse. La venta de banderitas decrece. El barrio del West End recobra de noche el aspecto normal. Pasaría la ráfaga de exaltación que sacudió a los londinenses durante la primera semana de la guerra, empieza a sentirse en la ciudad una latente inquietud. La confianza de los ingleses en su marina –y el resultado de la gran batalla naval que es al final y al cabo, lo único que en realidad le importa a Inglaterra– continua inquebrantable.

“El misterio impenetrable que envuelve los movimientos de la flota británica, en el mar del Norte, ponen a prueba la flema del inglés”

Pero los días van pasando sin que la batalla ocurra; la flota alemana se encierra enigmática en la bahía de Kiel o en la embocadura del Elba, protegida por las fortificaciones de Heligoland, y el silencio del Almirantazgo, el misterio impenetrable que envuelve los movimientos de la flota británica, en el mar del Norte, ponen a prueba la flema del inglés.

Las noticias que se reciben del continente, aun cuando una a una no anuncian más que victorias parciales del ejército belga, descubren para el que sabe leer entre líneas que el avance de los alemanes, aun cuando hayan encontrado en Lieja una resistencia superior a la que habían previsto, prosigue a través de Bélgica y de Luxemburgo.

A través del fárrago de noticias empezamos a darnos cuenta de este hecho desagradable. Sólo el resultado de la gran batalla, que quizás los lectores de EL DÍA GRÁFICO conozca ya cuando aparezca esta crónica, puede disipar la sensación de malestar que empieza a sentirse en Londres.

Harry Doggerel

Una tria d’Anna Ballbona (@Aballbona)

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